¿Has reflexionado últimamente sobre lo que sucede a tu alrededor? En lo que sucede en el mundo, en lo que nos rodea, en lo que uno mismo vive. Creo que estamos en una sociedad herida.
Compañeros, amigos, familiares e incluso hasta uno mismo, nos hemos convertido en gente intoxicada, no sabemos querer, no respetamos, no escuchamos, no nos escuchamos, convertimos todo nuestro alrededor en objetos de nuestro interés, tienen que estar disponibles cuando queramos y en nuestras condiciones, ¿qué coño nos está pasando? ¿Eso es amistad? ¿Eso es la empatía del ser humano?
No nos prestamos atención real.
Invertimos mucho, muchísimo tiempo en proyectar una imagen positiva, que no digo que no sea bueno compartir lo positivo que tenga uno que aportar al mundo. A lo que me refiero a inventar y proyectar un personaje de Pixar o Disney que no eres.
No hay coherencia, no hay equilibrio emocional, vamos como pollos sin cabeza. Satisfaciendo nuestro ego, pero no nuestro lado humano. Se ha expandido como la pólvora una máxima: Si no triunfamos, no somos nadie.
¡Qué precio tan alto estamos pagando!
Malvivimos confundidos, perturbados, inseguros, desconfiados y por ende, hacemos lo mismo con todo aquel que se nos acerca. Descargamos nuestras frustraciones en ellos, como si de cualquier vulgar retrete se tratara. Triste.
Necesitamos ser dependientes y ya ni siquiera por amor, sino por egoísmo.
«Toda ciencia viene del dolor. El dolor busca siempre la causa de las cosas, mientras que el bienestar se inclina a estar quieto y a no volver la mirada atrás.»
Stefan Zweig
Y como consecuencia (o incluso como causa): la acumulación de pequeñas frustraciones, las cuales no hemos sabido, ni nadie nos ha enseñado a gestionarlas de manera correcta. Escondemos las emociones, de hecho, no enseñan a hacerlo: “niño, no llores, eso es de niñas”, “niña, compórtate, que eres una señorita”. Y así sucesivamente te podría dar un recital de todo lo que recuerdo de peque.
Ahora con las redes sociales y el mundo digitalizado en el que vivimos, todo esto se ha MULTIPLICADO por mil, basamos nuestra autoestima y nuestro ego en tapar miedos, carencias y debilidades con reconocimiento externo, con «yo soy más que tú», con mejores coches, mejores trabajos, mejores vacaciones y viajes, mejores “fotones”, mejores marcas deportivas, mejores patrocionios… ¿Te suena de algo? Buscamos la admiración de los demás porque queremos que nos respeten.
Cuando, en realidad, ni de coña nos respetamos nosotros mismos.
Creo que ya es hora de dejar los prejuicios y CONOCERNOS, tomar un café con nosotros mismos, reconocer esa parte tóxica, herida y problemática que todos tenemos y aceptarla. Dejar de cargar a los demás, sobre todo a aquellos que nos quieren y nos hacen bien, con nuestras frustraciones.
Imbécil, también puede volverse uno mismo, porque tú y yo somos parte de esta sociedad herida, rota, quebrada, por la incapacidad de no saber nadar a contracorriente y dejarse llevar por esa marea que nos revuelca y envenena, por no ver que a veces los demás no nos hacen daños más allá del poder que nosotros le demos, que no somos víctimas ni verdugos de un plan cósmico, que somos corresponsables de lo que nos sucede.
No es lo que pasa a nuestro alrededor, lo que nos hacen, es lo que decidimos sentir con lo que nos dan.
Hace tiempo me encontré con este texto que a mí me maravilló:
Cuando los japoneses reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Ellos creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.
El arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi.
El resultado es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
Kintsukuroi es el término japonés que designa al arte de reparar con laca de oro o plata, entendiendo que el objeto es más bello por haber estado roto.
Llevemos esta imagen al terreno de lo humano, al mundo del contacto con los seres que amamos y que, a veces, lastimamos o nos lastiman.
¡Cuán importante resulta el enmendar!
Cuánto, también, el entender que los vínculos lastimados y nuestro corazon maltrecho, pueden repararse con los hilos dorados del amor, y volverse más fuertes.
La idea es que cuando algo valioso se quiebra, una gran estrategia a seguir es no ocultar su fragilidad ni su imperfección, y repararlo con algo que haga las veces de oro: fortaleza, servicio, virtud…
La prueba de la imperfección y la fragilidad, pero también de la resiliencia —la capacidad de recuperarse— son dignas de llevarse en alto
Nos deberíamos preocupar en destacar y hacer bello aquellas zonas frágiles de nosotros y no intentar destacar por encima de todo y de todos; (aunque digas que lo haces por autosuperarte, sabes que mientes).
Cuando compartimos, mejoramos todos.
#CompartirEsMejorqueCompetir
Me reafirmo en lo dicho en el post, vivimos en una sociedad totalmente tóxica,marcada por la intolerancia y la crueldad.
Hola Elena!
Una sociedad de la que formamos parte y en la que podemos poner nuestro granito de arena para mejorar.
Un abrazo y gracias por comentar!